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Francisca Blázquez

 

 


Caprichosas geometrías

Francisca Blázquez nos invita al juego...

Jugamos.

Colgamos una de sus obras sobre la pared sin pensar como. Inmediatamente surgió que podríamos colgarla a la inversa, o desde un ángulo, acostarla sobre una mesa, o dejarla en el suelo... Volver a colgarla y contemplarla con la oreja apoyada en la pared y descubrir nuevas figuras que no están ni del otro lado, ni arriba, ni abajo ni delante.

Saborearlas bebiendo un mate en la Argentina, una copa de jerez en España, un café en Brasil, apurando un vodka en Rusia o con una taza de té en Pekín.

Luego de unos instantes invita a bailar can-can o silbar un tema de Los Beatles. Y hasta dan ganas de tocar el banjo.

Contemplar las obras de Francisca Blázquez es una fiesta universal.

 

Francisca Blázquez nos impele a descubrirla

La descubrimos.

Pinta sus obras sobre la tela y cuando está finalizada envuelve con ella el bastidor...

Entonces sus bodes no son bordes: son otras obras. Y todo comienza donde termina. Luego prolijamente las abrocha, solo para asegurar que se fijen al cuerpo que las contiene y no escapen a otra aventura.

Las firma por detrás. Algún desprevenido puede creer que sirve de referencia para saber como colgarla: se equivocará siempre, salvo que elija libremente como hacerlo.

Una equis (X) de incógnita puede transformarse en una cruz como respuesta o en el cruce de dos avenidas... en cualquier planeta, y una estrella en un moño o un símbolo pendiente de mejor oportunidad.

Francisca Blázquez nos impulsa a escribir

Escribimos

La primera regla del arte es desobedecer las reglas. Venciendo entonces las reglas clásicas que gobernaron nuestra sensibilidad (humanismo griego y latino) admiramos una estética donde la ciencia se encuentra con el arte en un mismo plano, donde los colores se valorizan como tales, incluso el blanco que es luz, donde las figuras geométricas se yuxtaponen, se enfrentan y compiten caprichosamente por el espacio, hasta hallar la armonía que las cobija en varias dimensiones.

Algunas pinturas pueden ser poesía y observarse-leerse sentados en un trono, rezando en arameo, soñando con imitarlas o desde una nave en otra galaxia. Yo he elegido hacerlo de pié.

Mientras imaginaba frente a sus obras como Francisca Blázquez jugaba, se escondía y me invitaba a escribirle, una sensación de temor me fue invadiendo: ¿Qué podía decir que ya no estuviese expresado en esas caprichosas geometrías? Hasta que escuché las palabras que Gauguin me susurró al oído: “Cierra los ojos para ver”.


Martín Enrique Gil

Director de Galería Croquis

Buenos Aires

(Argentina)

  

 

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